23 de abril de 2007

ENCUENTRO FUNDACIONAL POR UN PARTIDO DEL PUEBLO QUE LUCHA

INVITACIÓN
Somos muchos en Chile los que luchamos contra este injusto sistema social y político que sólo beneficia a un puñado de empresarios mientras que a la gran mayoría de trabajadores, pobladores, jóvenes, pueblos originarios y estudiantes nos condena a sueldos miserables, deudas, pésima educación, mala salud y viviendas indignas; una previsión social cara y de mala calidad, y nula participación en los destinos del país.
Hoy daremos un paso histórico en el camino de avanzar consecuentemente con nuestras justas demandas. Hemos resuelto construir y legalizar un Partido que defienda y se la juegue realmente por los intereses de los pobres y explotados del país, y haga propias las demandas de nuestra clase trabajadora.
Nos cansamos de entregar nuestro voto a políticos que inmediatamente después de las elecciones nos cierran las puertas, no cumplen sus promesas y nos reprimen.
Este Encuentro Fundacional es una invitación fraterna a todos los que luchan, agrupaciones y personas, para que juntos construyamos y legalicemos un nuevo partido, una organización política de los trabajadores y el Pueblo que impulse un proyecto popular genuino y exprese el creciente descontento social y la ruptura con la Concertación, la Alianza y los viejos partidos de izquierda, que ya no defienden ni representan los verdaderos intereses de nosotros, que somos pueblo movilizado y en lucha.
El Encuentro Fundacional se realizará el próximo sábado 28 de abril, desde las 10:00 hrs., en Santa Rosa 101 (esquina Alonso Ovalle). Para confirmar tu asistencia y la de tu organización, te pedimos escribir al correo encuentro_ippt@yahoo.es. Esperamos tu asistencia.
¡¡A CONSTRUIR EL PARTIDO DE LOS POBRES LOS TRABAJADORES Y TODO EL PUEBLO!!
¡Sólo luchando conquistaremos la igualdad!
Santiago, abril de 2007

13 de abril de 2007

Socialismo o Neodesarrollismo

CláudioKatz

Economista, Profesor de la UBA, investigador del Conicet, miembro del EDI (Economistas de Izquierda)

La convocatoria a construir el socialismo del siglo XXI que formuló Chávez ha replanteado los debates sobre caminos, tiempos y alianzas para forjar una sociedad no capitalista. Esta discusión reaparece cuando el grueso del progresismo se había acostumbrado a omitir cualquier referencia al socialismo. La recuperación de la credibilidad popular en este proyecto no es aún visible, pero la meta emancipatoria se debate nuevamente en las organizaciones populares que buscan un norte estratégico para la lucha de los oprimidos. ¿Cuál es el significado actual de un planteo socialista?
Cinco motivaciones
América Latina se ha convertido en un escenario privilegiado para esta reconsideración por varias razones. En primer lugar, la región es el principal foco de resistencia internacional al imperialismo y al neoliberalismo. Varias sublevaciones populares condujeron en los últimos años a la caída de presidentes neoliberales (Bolivia, Ecuador y Argentina) y afianzaron una contundente presencia de los movimientos sociales.

En un cuadro de luchas -que incluye reveses o represión (Perú, Colombia) y también reflujo o decepción (Brasil, Uruguay)- nuevos contingentes se han sumado a la protesta popular. Estos sectores aportan un renovado basamento juvenil (Chile) y modalidades muy combativas de autoorganización (Comuna de Oaxaca en México). El socialismo ofrece un propósito estratégico para estas acciones y podría transformarse en un tema de renovada reflexión.

En segundo término, el socialismo comienza a lograr cierta presencia callejera en Venezuela. Esta difusión confirma una proximidad ideológica del proceso bolivariano con la izquierda que estuvo ausente en otras experiencias nacionalistas. En la época de la Unión Soviética, algunos mandatarios del Tercer Mundo adoptaban la identidad socialista con fines geopolíticos (contrarrestar las presiones norteamericanas) o económicos (obtener subvenciones del gigante ruso). Como este interés ha desaparecido, el rescate actual del proyecto tiene connotaciones más genuinas.

El resurgimiento del socialismo se comprueba también en Bolivia en los planteos de varios funcionarios y está presente en Cuba, al cabo de 45 años de embargos, sabotajes y agresiones imperialistas. Si el desmoronamiento que arrasó a la URSS y a Europa Oriental se hubiera extendido a la isla, nadie postularía actualmente un horizonte anticapitalista para América Latina. El impacto político de esa regresión hubiera sido devastador.

El socialismo constituye, en tercer lugar, una bandera retomada por la oposición de izquierda a los presidentes socio-liberales, que abandonaron cualquier alusión al tema para congraciarse con los capitalistas. Bachelet, Lula y Tabaré Vázquez desecharon todas las referencias al socialismo en sus discursos, renunciaron a introducir reformas sociales y se han ubicado en un terreno opuesto a las mayorías populares. Bachelet ni recuerda el nombre de su partido cuando preside la Concertación que recicla el modelo neoliberal. Lula se ha olvidado de su coqueteo juvenil con el socialismo para privilegiar a los banqueros y Tabaré repite este mismo patrón, cuando tantea los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. En los tres países el socialismo es un estandarte contra esta deserción, que reaparece en un marco regional muy distinto al predominante en los años 90.

La etapa de uniformidad derechista ha concluido y los personajes más emblemáticos del neoliberalismo extremo salieron de la escena. El militarismo golpista ha perdido viabilidad y a través de la movilización se han conquistado grandes espacios democráticos Por eso los mandatarios conservadores coexisten con presidentes de centroizquierda y con gobiernos nacionalistas radicales.

En América Latina se insinúa, en cuarto lugar, un cambio de contexto económico que favorece el debate de alternativas populares. En varios sectores de las clases dominantes tiende a despuntar un giro neo-desarrollista en desmedro de la ortodoxia neoliberal, luego de un traumático período de concurrencia extra-regional, desnacionalización del aparato productivo y pérdida de competitividad internacional.

El viraje en curso es “neo” y no plenamente desarrollista porque preserva la restricción monetaria, el ajuste fiscal, la prioridad exportadora y la concentración del ingreso. Solo apunta a incrementar los subsidios estatales a la industria para revertir las consecuencias del libre-comercio extremo. La vulnerabilidad financiera de la región y la atadura a un patrón de crecimiento muy dependiente de los precios de las materias primas induce a ensayar este cambio. Pero este giro afecta a todos los dogmas económicos que dominaron en la década pasada y abre grietas para contraponer alternativas socialistas al modelo neo-desarrollista.

En América Latina se verifica, en quinto lugar, una generalizada tendencia a concebir programas nacionales en términos regionales. Esta actitud predomina también entre las organizaciones populares que perciben la necesidad de evaluar sus reivindicaciones a escala zonal. Este nuevo espíritu permite encarar el debate sobre el ALCA, el MERCOSUR y el ALBA con reformulaciones regionalistas del socialismo. Los tres proyectos de integración en danza incluyen propósitos estratégicos de relanzamiento del neoliberalismo (ALCA), regulación del capitalismo regional (MERCOSUR) y gestación de formas de cooperación solidaria compatibles con el socialismo (ALBA).

El contexto latinoamericano actual incita, por lo tanto, a retomar los programas anticapitalistas en varios terrenos. Pero estas orientaciones se plasman en estrategias diferentes. Una vía posible implicaría desenvolver la lucha popular, alentar reformas sociales y radicalizar las transformaciones propiciadas por los gobiernos nacionalistas. Este curso exigiría desenmascarar las duplicidades de los mandatarios de centroizquierda, cuestionar el proyecto neo-desarrollista y fomentar el ALBA como un eslabón hacia la integración regional pos-capitalista. Hemos expuesto algunos lineamientos de esta opción en un texto reciente .

Otro rumbo plantea una secuencia diferente. Auspicia preceder la construcción del socialismo por un largo un período capitalista previo. Promueve desarrollar esta fase con políticas proteccionistas, a fin de mejorar la capacidad competitiva de la zona. Por eso observa con simpatía el actual giro neo-desarrollista, alienta el MERCOSUR y avala la expansión de una clase empresaria regional. Convoca a forjar un frente entre los movimientos sociales y los gobiernos de centroizquierda (Bloque Regional de Poder Popular) e imagina al socialismo como un estadio posterior al nuevo de capitalismo regulado.

El problema del comienzo

En ningún aspecto del debate está en juego la instauración plena del socialismo. Solo se discute el debut de este proyecto. Construir una sociedad de igualdad, justicia y bienestar sería una ardua y prolongada tarea histórica, que requeriría eliminar progresivamente las normas de la competencia, la explotación y el beneficio. No es una meta a realizar en poco tiempo.

Especialmente en las regiones periféricas como América Latina, este proceso presupondría la maduración de ciertas premisas económicas que permitan mejorar cualitativamente el nivel de vida de la población. Estos logros se desarrollarían junto a la expansión de la propiedad pública y la consolidación de la auto-administración popular. Como esta evolución exigiría varias generaciones, el debate inmediato está únicamente referido a la posibilidad de iniciar este proceso.

Comenzar la erección del socialismo implicaría sustituir la preeminencia de un régimen sujeto a las reglas del beneficio por otro regulado por la satisfacción de las necesidades sociales. Desde el momento que un modelo económico y político -guiado por la voluntad mayoritaria de la población- asuma estas características, empezaría a regir una forma embrionaria de socialismo .

Este debut es la condición para cualquier avance posterior. Una sociedad post-capitalista no emergerá nunca, si el giro socialista no se concreta en algún momento del presente. Los opresivos mecanismos de la ganancia y la concurrencia deben quedar drásticamente neutralizados, para que una nueva forma de civilización humana comience a despuntar.

El punto de partida de esta transición socialista sería completamente opuesto a la gestación de un modelo neo-desarrollista. Ambas perspectivas son radicalmente contrarias y no pueden conciliarse, ni desenvolverse en forma simultánea. La competencia por el beneficio impide la gestación paulatina de islotes colectivistas al interior del capitalismo, ya que la concurrencia distorsiona a mediano plazo todas las modalidades cooperativas de estos emprendimientos. Los dos proyectos de sociedad tampoco podrían convivir pacíficamente entre sí, hasta que uno demostrara mayor eficiencia y aprobación general. Solo erradicando el capitalismo podrán abrirse las puertas hacia una emancipación social. La gran pregunta es si en América Latina puede comenzar a desenvolver este cambio.

¿Etapa o proceso?

La tesis pro-desarrollista responde negativamente al interrogante clave del período actual. Estima que en la región “no existen condiciones para una sociedad socialista”. Pero no aclara si estas insuficiencias se verifican en el plano económico, tecnológico, cultural o educativo. ¿Qué le falta exactamente a la zona para inaugurar una transformación anticapitalista?

América Latina ocupa un lugar periférico en la estructura global del capitalismo, pero cuenta con sólidos recursos para comenzar un proceso socialista. Estos cimientos son comprobables en distintos terrenos: tierras fértiles, yacimientos minerales, cuencas hídricas, riquezas energéticas, basamentos industriales. El gran problema de la zona es el desaprovechamiento de estas potencialidades.

Las formas retrógradas de acumulación que impuso la inserción dependiente en el mercado mundial han deformado históricamente el desarrollo regional. No hay carencia de ahorro local, sino exceso de transferencias hacia las economías centrales. El retraso agrario, la baja productividad industrial, la estrechez del poder adquisitivo han sido efectos de esta depredación imperialista. El principal drama latinoamericano no es la pobreza, sino la escandalosa desigualdad social, que el capitalismo recrea en todos los países.

La hipótesis de la inmadurez económica está desmentida por la coyuntura actual, que ha creado un gran dilema en torno a quién se beneficiará del crecimiento en curso. Los neo-desarrollistas buscan canalizar esta mejora a favor de los industriales y los neoliberales tratan de preservar las ventajas de los bancos. En oposición a ambas opciones, los socialistas deberían propugnar una redistribución radical de la riqueza, que mejore inmediatamente el nivel de vida de los oprimidos y erradique la primacía de la rentabilidad. Los recursos están disponibles. Hay un amplio margen para instrumentar programas populares y no solo condiciones para implementar cursos capitalistas.

Es cierto que el marco objetivo que rodea a los distintos países es muy desigual. Las ventajas que acumulan las economías medianas no son compartidas por las naciones más pequeñas y empobrecidas. La situación de Venezuela difiere de Bolivia y Brasil no carga con las restricciones que agobian a Nicaragua. Pero ha perdido vigencia la evaluación de un cambio socialista en términos exclusivamente nacionales.

Si las clases dominantes conciben sus estrategias a nivel zonal, también cabe imaginar un proyecto popular a escala regional. Los opresores diagraman su horizonte en función de la tasa de beneficio y los socialistas podrían formular su opción en términos de cooperación y complementariedad económica. Este es el sentido de contraponer el ALBA con el ALCA o el MERCOSUR.

No existe ninguna limitación objetiva para desenvolver este curso igualitarista. Es un error suponer que la región deberá atravesar por las mismas etapas del desarrollo que recorrieron los países centrales. La historia siempre ha transitado por senderos inesperados, que mixturan diversas temporalidades. América Latina se desenvolvió con un patrón discordante de crecimiento desigual y combinado, que tiende a determinar también los desenlaces socialistas.

¿Quién pagará los costos?

La tesis que propone preceder el socialismo por un modelo capitalista se asemeja a la “teoría de la revolución por etapas”. Esta concepción –que tuvo muchos adherentes en la izquierda- postulaba “erradicar los resabios feudales” de Latinoamérica antes de iniciar cualquier transformación socialista. Para lograr esta primera meta proponía recurrir al auxilio de las burguesías nacionales de cada país.

La nueva versión introduce un matiz regionalista en el mismo enfoque. No se limita a fomentar los grupos capitalistas nacionales, sino que convoca a forjar un empresariado zonal. El primer esquema no prosperó durante todo el siglo XX y existen grandes limitaciones para materializar su complemento zonal en la actualidad.

Una burguesía sudamericana sería efectivamente más fuerte que las balcanizadas fracciones que la pre-cedieron, pero enfrentaría también una competencia más ardua. En vez de rivalizar solo con las corporaciones norteamericanas, inglesas o francesas debería también lidiar con bloques imperialistas regionalizados y contrincantes financieros globalizados.

Quiénes apuestan a la revitalización del capitalismo latinoamericano suponen que en las próximas décadas prevalecerá un contexto internacional multipolar. Sólo en este marco podrían florecer procesos de acumulación perdurables en las regiones periféricas. Este presupuesto considera, además, que América Latina será un protagonista ganador en ese escenario. ¿Pero quiénes serán entonces los perdedores? ¿Las grandes potencias imperialistas? ¿Otras zonas dependientes? Los estrategas del capitalismo regionalista eluden las respuestas. No auguran -como los neoliberales- una prosperidad generalizada, ni tampoco presagian un derrame de beneficios compartidos por todo el planeta. Simplemente avizoran grandes éxitos para el capitalismo latinoamericano en un marco global indefinido.

Este enfoque da por sentado que las clases dominantes sudamericanas abandonarán sus antecedentes centrífugo y trabajarán en común bajo la disciplina del MERCOSUR. De hecho, supone que se repetirá un curso semejante al seguido por la unificación europea, a pesar de la evidente disparidad que existe entre ambas regiones. La desnacionalización que predomina en la economía latinoamericana tampoco es vista como un gran obstáculo para la formación del empresariado regional. Ni siquiera la intensa asociación que mantiene cada grupo capitalista local con sus socios foráneos es percibida como un impedimento para el neo-desarrollismo regional.

En realidad, la concreción de este proyecto no es totalmente imposible, pero es altamente improbable. El capitalismo contemporáneo está suscitando ciertas sorpresas (China), pero el ascenso conjunto y exitoso de un bloque periférico latinoamericano es muy poco factible. Las especulaciones sobre esta posibilidad pueden ser infinitas, pero las víctimas y beneficiarios de este proceso están a la vista. Cualquier desenvolvimiento capitalista será costeado por las mayorías populares porque los banqueros e industriales exigirían ganancias superiores a la media internacional para embarcarse en esa iniciativa. Como los explotados u oprimidos cargarían con todas las pérdidas, los socialistas bregamos por un modelo anticapitalista.

En cualquiera de sus variantes el MERCOSUR neo-desarrollista sería un proyecto incompatible con reformas sociales significativas y con mejoras perdurables del nivel de vida de la población. Se sostendría en una concurrencia por el beneficio que implicaría atropellos contra los trabajadores. Estas agresiones podrían ser atemperadas durante cierto período, pero resurgirían con más brutalidad en la etapa subsiguiente. Ninguna regulación estatal permitiría contrarrestar indefinidamente las presiones ofensivas del capital.

Esta certeza debería conducir a todos los socialistas a preocuparse menos por la factibilidad de uno u otro modelo burgués y a prestar más atención a las oportunidades de un curso anticapitalista. Al posponer indefinidamente este rumbo, los teóricos favorables al MERCOSUR neo-desarrollista no ofrecen ningún indicio del socialismo. Presagian la erección de un empresariado regional, sin aportar ninguna sugerencia sobre el inicio del proyecto emancipatorio durante el siglo XXI.

El esquema pro-desarrollista es concebido con criterios gradualistas, etapas preestablecidas y estrictas conexiones entre la madurez de las fuerzas productivas y las transformaciones sociales. Por eso abre muchos espacios para hablar del capitalismo y deja poco lugar para sugerir algo concreto sobre el socialismo.

La tesis del enemigo principal

El auspicio de un modelo neo-desarrollista se traduce en el sostén al eje político centroizquierdista que en Sudamérica lideran Lula y Kirchner. Sus promotores estiman que estos gobiernos representan al industrialismo contra la especulación financiera y al progresismo contra la derecha oligárquica. Observan el proyecto socialista como una etapa ulterior a la derrota de la reacción y conciben a esta victoria como una condición insoslayable del socialismo del siglo XXI.

¿Pero es tan contundente la división entre neo-desarrollistas y neoliberales? ¿No existen innumerables vínculos entre los industriales y los financistas? Las conexiones entre ambos sectores han sido muy estudiadas y sorprende su omisión, a la hora de apostar a un choque entre los dos grupos. La amalgama es tan fuerte, que un líder natural del pelotón neo-desarrollista como Lula ha mostrado –hasta ahora- mayor afinidad con el capital financiero, que con los sectores industriales.

Pero incluso aceptando un escenario de fuerte oposición entre ambas fracciones capitalistas cabe otra pregunta: ¿En qué medida el apoyo a los neo-desarrollistas aproximaría a los oprimidos a su meta socialista? Se podría argumentar que el modelo industrialista creará empleo, mejorará los salarios y fortalecerá la lucha de los trabajadores por su propio proyecto. Pero si el capitalismo fuera capaz de asegurar estos resultados, la batalla por el socialismo no tendría mucho sentido. Bajo el régimen actual, las ganancias de los poderosos nunca se difunden hacia el conjunto de la sociedad. Solo generan más competencia por la explotación y tormentosas crisis, que se descargan sobre los oprimidos.

Otra justificación del sostén neo-desarrollista podría destacar los efectos positivos de este curso sobre la correlación de fuerzas que opone a los trabajadores con los capitalistas. Pero si los explotados apuntalan un proyecto que no les pertenece pierden capacidad de acción. Jamás podrían mejorar sus posiciones trabajando a favor del sistema que los oprime. Por ese camino conspiran contra sus propios intereses.

La carencia de agenda propia es el principal obstáculo que afrontan los oprimidos para luchar por el socialismo. La política pro-desarrollista acentúa esta falta de autonomía, al subordinar las reivindicaciones de los asalariados a las necesidades de los capitalistas. En lugar de aumentar la confianza de las masas en su propia acción, esta orientación refuerza las expectativas en el paternalismo burgués.

Algunos teóricos igualmente afirman que el sostén al neo-desarrollismo será transitorio. ¿Pero qué lapso se le concede a ese período? ¿Varios años o varias décadas? Un modelo industrialista no madura en poco tiempo. Para lograr cierto desenvolvimiento necesita transitar por una larga etapa de acumulación a costa de los explotados. Durante esa fase el modelo solo se estabilizaría si los capitalistas avizoran un horizonte de ganancias que los induzca a invertir. Y esta predisposición -en el contexto competitivo internacional- exigiría un grado de disciplina laboral incompatible con cualquier perspectiva anticapitalista.

El socialismo solo avanzará por el camino opuesto de acciones reivindicativas y conquistas sociales que tiendan a desbordar el marco capitalista. Y esta batalla solo será exitosa si los oprimidos asimilan ideas revolucionarias a partir de una crítica radical al sistema actual. Los elogios a la opción neo-desarrollistas van a contramano de esta maduración política.

El sentido de las alianzas

Quiénes observan el futuro económico regional en función del choque entre neo-desarrollistas y neoliberales tienden a considerar que las únicas alternativas políticas posibles se limitan a la centroizquierda y la centroderecha . Pero del seguimiento de este conflicto no surge ninguna pista para el socialismo del siglo XXI. En un tablero dominado por la disputa entre Lula, Kirchner o Tabaré con sus contendientes derechistas, no hay resquicio para imaginar qué sendero podría recorrer un proceso anticapitalista. Este bloqueo es aún mayor, si ubica a Chávez y a Morales dentro del mismo bloque centroizquierdista y se le asigna a la izquierda el silencioso rol de acompañar a esta alianza.

Esta estrategia presupone que las organizaciones populares y los gobiernos de centroizquierda tienden a converger naturalmente, como si los intereses de las clases dominantes y los movimientos sociales fueran espontáneamente coincidentes. Este empalme exigirá en realidad un arduo trabajo de ablandamiento previo de todas las reivindicaciones mayoritarias.

Los frentes destinados a sostener modelos capitalistas presentan otro problema: tienden invariablemente a girar hacia la derecha. Sus promotores siempre registran la aparición de algún nuevo enemigo oligárquico, cuya derrota requiere mayores concesiones al establishment. Este corrimiento también obliga a revestir de virtudes progresistas a muchos sectores que anteriormente eran identificados con la reacción. Las propuestas de aproximar nuevos aliados al MERCOSUR para reforzar la batalla contra el ALCA es un ejemplo típico de esta política. A veces incluso el “subimperialismo español” es visto como candidato a participar de esta coalición . Por este camino pierden relevancia todos los cuestionamientos al saqueo que realiza Repsol y se entierran en pocos segundos las denuncias acumuladas durante años.

La estrategia de alianzas crecientes contra la oligarquía conduce a preservar el status quo. Sobre estos pilares no puede erigirse ningún Bloque de Poder Regional que contribuya al socialismo. El social-liberalismo y la centroizquierda no sólo impiden este avance, sino que también obstruyen las tendencias antiimperialistas y las reformas sociales que promueven los gobiernos nacionalistas radicales. Un gran objetivo de los conservadores del MERCOSUR es justamente diluir el ALBA.

Postular que el socialismo puede ser iniciado en un período contemporáneo conduce a defender sin ocultamientos la identidad socialista. Favorecer en cambio una etapa neo-desarrollista induce al titubeo en la lucha contra el capitalismo. Para transitar por un camino en común con los industriales y los financistas hay colocar todas las intenciones socialistas en un disimulado segundo plano.

La ausencia de proyectos socialistas en la izquierda es mucho más nociva que cualquier desacierto en los diagnósticos del capitalismo contemporáneo. Por eso resulta indispensable retomar el uso del término socialismo, sin prevenciones, ni sustituciones.

5 de abril de 2007

¿MANO DURA PINOCHET O JUSTICIA?

Aquí un artículo interesante del economista Marcel Claude que me pareció importante compartir por lo que he decidido subirlo. Creo que es un buen tema para la discusión.
UN COMENTARIO A PROPÓSITO DE LA CELEBRACIÓN DEL DÍA DEL JOVEN COMBATIENTE
En la última celebración del día del joven combatiente las protestas inorgánicas de los jóvenes y de los muy jóvenes, fueron más agudas y más masivas de lo que estábamos acostumbrados. En un acto de racionalidad económica inesperado de las multitudes manifestantes, se optimizaron los recursos disponibles de los niños protestantes y para darle mayor fuerza, se concentraron varios temas en el mismo día: la Ley Orgánica Constitucional de Educación, el Transantiago, y el crimen de los hermanos Vergara Toledo. Esta optimización económica natural de recursos es una prueba de que estas manifestaciones no son tan irracionales como le gustaría demostrar al señor subsecretario del interior, Felipe Harboe, una especie de funcionario de la dictadura o del antiguo régimen del nazismo alemán enquistado en la “democracia” concertacionista, quién, al igual que los entonces subsecretarios de Pinochet, se regocijaba demostrando que todo lo que hay en los recintos universitarios es subversivo, ya sean estos libros o utilería. Y como ya es su costumbre, aplicando la tan majadera como ineficaz respuesta: “mano dura Pinochet”.
Es evidente que las protestas tienen su propia racionalidad y que obedecen a una determinada lógica, que no son actos absurdos producto del desborde del juicio común o de una especie desconocida de psicosis social, es decir, locura colectiva. Por lo demás, sería bueno que al menos los viejos políticos de la Concertación –los que ya son muchos- recordaran que gracias a este tipo de protestas están hoy día gobernando el país y que eran ellos mismos quienes se juntaban para convocarlas y alentarlas. Claro está que no obedece a la lógica del mercado ni a la razón de Estado, ni menos aún, a las razones que explican la evidente y desenfadada lógica que hay detrás de la complicidad impúdica entre la clase política toda entera y la clase empresarial o la “elite” como otros la llaman. El cuento es viejo y ya Pascal lo decía en su tiempo “el corazón tiene razones que la razón desconoce”, y la redundancia vale de sobra para Pascal.
Dado que a subsecretarios como Harboe les cuesta en demasía entender tal lógica, intentaremos dar algunas pistas con la certeza de que muchos chilenos comunes y corrientes tendrán la inteligencia de sobra para entenderlas, más en mi fuero interno guardo la convicción más absoluta de que Harboe, Andrés Velasco o don Belisario, por nombrar sólo algunos, serán cabalmente incapaces de aquilatarlas.
Hay razones de índole económico-social, como por ejemplo, la extrema desigualdad. Chile es uno de los peores países en esta materia. Sería redundante dar cifras. Son por todos conocidas, pero, no por ello mueven la inteligencia del Estado, no por ello mueven sus cuotas de poder para instalar políticas de impuestos o de salarios más justas y dignas, los otrora socialistas marxistas leninistas que vociferaban por la revolución científica, el gobierno obrero y popular o la revolución armada en los recintos universitarios y barrios marginales, como Camilo Escalona o Nicolás Eyzaguirre por ejemplo. Esto produce algo que se llama rabia, enojo, sentimientos de frustración y cualquier psicólogo le va a explicar fácilmente a estos otrora vociferantes de la revolución armada y hoy de las virtudes del mercado que, cuando no hay canales civilizados de expresión, esta rabia se convierte en violencia. La rabia se vuelve daga. No es tan difícil de entender señor Harboe, haga un último esfuerzo de exégesis socio-política, usted no está allí sólo para romper huevos.
A la desigualdad agreguemos los salarios indecentes que se pagan, las jornadas extensas que los trabajadores y trabajadoras deben soportar, las condiciones de trabajo humillantes, los abusos de autoridad, las prácticas antisindicales, la ausencia del derecho a huelga, la política sistemática del Estado –y CODELCO es un ejemplo de esto- orientada a debilitar y dividir la fuerza de las organizaciones sindicales. Estos condimentos repercuten en los niños quienes son como esponjas absorbiendo lo que ven, lo que reciben, y también repercuten en el hogar, enrareciendo el ambiente familiar, creando condiciones para la ya tan extendida violencia intrafamiliar que cae con fuerza brutal sobre las mujeres y los niños.
Así, los niños aprenden a vivir en la violencia y no precisamente en el amor. La consecuencia es obvia, se desprende fácilmente. Basta con tener una pequeña calculadora con las cuatro operaciones básicas –sumar, restar, dividir y multiplicar- para sacar las cuentas que hay que sacar. Ni siquiera es necesario que la calculadora pueda estimar la raíz cuadrada. Si el alimento básico y más abundante de los niños es la violencia, entonces estos niños serán violentos y agresivos. No conocen otra realidad. Esta violencia los alimenta en el hogar con padres socialmente abusados, en el colegio con los profesores y directivos que son alimentados también con el aderezo de la violencia en una cuota no menor de su dieta alimenticia, en la calle con la policía cuando los jóvenes salen a protestar o a carretear, en la televisión que día a día legitima la violencia como la respuesta más correcta, en la prensa que los trata como delincuentes, en los dirigentes políticos que los usan para ser electos o como argumento para posicionarse públicamente. Todo en este país es violencia y los niños no hacen sino lo que ven y aprenden de sus mayores.
En el mismo día del joven combatiente, la prensa anunciaba el término de una etapa en el largo juicio por el asesinato absurdo, abusivo y cruel de los hermanos Vergara Toledo. Han pasado 22 años. A la violencia cruel de su muerte se agrega la violencia tanto más cruel y tanto más brutal de una justicia lenta, perezosa, negligente y clasista. A la violencia de la desigualdad se agrega la violencia de la impunidad de los delincuentes mayores. Pinochet se fue sin pagar. Así también se fueron el almirante Merino, el general Mendoza, el almirante Patricio Carvajal entre otros connotados jerarcas de la dictadura ¿no es acaso violencia contumaz la vigencia de la Ley de Amnistía que la Concertación prometiera derogar? Esto sin hablar de otros delincuentes que saquearon el Estado chileno y que hoy son prominentes empresarios, tratados con fervorosa complacencia y cebado servilismo por periodistas y conductores de televisión. Si la prensa, los partidos políticos, el Estado y la clase empresarial han legitimado hasta el hartazgo la violencia de los poderosos e influyentes, no es consistente -matemáticamente hablando- sorprenderse por la violencia juvenil ¿Y qué decir de la corruptela que hoy hace nata en los altos funcionarios del Estado concertacionista, con presidentes del Senado, como el entonces Andrés Zaldivar, cuando en el 2002 promovía descaradamente leyes a favor del grupo Angelini y de sus familiares directos, así como de su propio bolsillo? ¿No hay violencia en estas prácticas corruptas? El silencio obsecuente de los conductores de televisión ante esta nobleza política provoca violencia como el material inflamable produce fuego.
Lo del Transantigo merece nota especial en este recuento de violencias de las que nadie quiere hacerse cargo y, es más, se hacen cínica e hipócritamente los desentendidos. La radio Bio-Bio informaba que los santiaguinos están durmiendo en promedio dos horas menos y que los tiempos de desplazamiento pasaron de 40 minutos a una hora y media. Esto sin contar las horas de espera, los innumerables trasbordos, los manoseos en el metro, los atochamientos y hacinamientos. “Nos tratan peor que animales”, es el comentario común y más abundante de las innumerables víctimas del Transantiago. A esto debemos agregar el engaño y la negligencia profesional o la simple y llana estupidez que abunda en los autodenominados decision makers (los que toman las decisiones en el país). Sin contar con la maquiavélica infamia del ex presidente Lagos, quien no vaciló a la hora de subirse y bajarse de los buses, en prometer la modernización del transporte público, afirmando descaradamente que vendría el tiempo del respeto a los usuarios, de la reducción de los tiempos de viaje, de la mayor seguridad. No pocos dividendos políticos obtuvo el otrora intelectual de izquierda, Ricardo Lagos Escobar, apasionadamente partidario en los años sesenta de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. Gracias a su fama de socialista moderno que sabe cómo es el verdadero socialismo del Siglo XXI es que hoy en día da conferencias en el viejo continente europeo dictando cátedra de cómo se mejoran las condiciones de vida de los pueblos latinoamericanos sin recurrir a la iconografía del Che Guevara. Esto es violencia y nada más que violencia.
Y qué podemos decir del actual gobierno, el de la sensibilidad femenina, de la sonrisa amorosa y acogedora, del gobierno ciudadano. Un hecho no menor fue la implementación forzada del plan, independientemente de la opinión de expertos que pronosticaron una a una las nefastas consecuencias que han debido soportar los santiaguinos y pasando por alto las evidentes falencias que mostrara la marcha blanca, durante el mes de febrero, cuando una porción importante de usuarios estaba de vacaciones. Allí prevaleció inapelablemente la opinión del ministro de hacienda, Andrés Velasco, en orden a evitar las abultadas multas que debía pagar el Estado a los operadores en caso de postergación. Dos cosas al respecto: primero ¿Cuál es la razón o la legitimidad que se arrogan ciertos funcionarios para comprometer la riqueza del país ante el empresariado cuando no se le exige a éste consecuencias similares? ¿Porqué los operadores pagan menos multas por incumplimiento que el Estado?; segundo ¿No es acaso violencia que se haya preferido que los usuarios paguen los costos por un mal proyecto, quienes no tienen ninguna responsabilidad, a que el Estado gastara las millonarias sumas por incumplimiento? He aquí violencia tras violencia, se prefirió evitar pagar las sumas millonarias por el atraso y asumir el costo político, que no es otra cosa que aceptar la rabia y la frustración de la ciudadanía. Es más, la respuesta del gobierno fue un cambio de gabinete, en donde el único que pagó el costo fue el ministro de transporte, Sergio Espejo, mientras que uno de sus más reconocidos responsables, el ministro de hacienda Andrés Velasco, salió fortalecido y con más personas de su confianza en el gabinete ministerial.
No es menos desoladora la respuesta de las autoridades ante estos hechos de violencia: represión, hacer responsables a los padres, acelerar la ley de responsabilidad penal de los menores de edad. Es decir, “mano dura Pinochet”. Esta es la respuesta que busca el Estado, esta es la demanda de la clase política y del empresariado, “mano dura Pinochet”. No hay ninguna voluntad por entender las causas de estas consecuencias y menos aún hay voluntad para incursionar en otras respuestas más eficaces para detener este círculo de violencias. Lo preocupante de estos estallidos de rabia y enojo juvenil es que afectan precisamente a los más desfavorecidos de la ciudadanía. Los destrozos no afectan a las comunas ricas ni a las grandes fortunas del país y menos aún a los políticos y empresarios que ven sus pantallas de televisión manchadas de sangre y regadas de piedras, para ellos es sólo “las noticias”. Los afectados son los menos responsables de la violencia ejercida por el Estado, es más, son los mismos afectados por dicha violencia los que sufren las consecuencias de las consecuencias. Así, el círculo vicioso de la violencia se repite ineluctablemente y siempre en contra de las víctimas. Nada bueno hay en esto y debería llamar a reflexión y acción. Pero esto es mucho pedir para la calidad que exhiben los medios de comunicación, la clase política y la oligarquía empresarial.
Al mismo tiempo que los conductores de noticias se esmeran en calificar una y mil veces estos hechos como actos vandálicos, hechos de violencia, delincuencia y criminalidad, las autoridades no hesitan en recurrir a la “mano dura Pinochet”. Es absolutamente inimaginable que piensen en implementar los cambios que este país requiere para detener el círculo vicioso de la violencia, mejorando la desigualdad a través de mejorar el sistema público de educación, el acceso a la salud, a los salarios dignos, promoviendo prácticas democráticas como el derecho a huelga y una legislación laboral que favorezca la unidad de los trabajadores. Si los trabajadores no pueden luchar por sus derechos, entonces sus hijos saldrán a protestar. Si los problemas de la ciudadanía no se expresan adecuadamente en los medios de prensa y se cubren los problemas siempre tratando de preservar los intereses del capital, a quien pertenecen por lo demás los medios de comunicación, entonces, los jóvenes saldrán a protestar. Si el sistema político consagra a una casta de profesionales de la política impidiendo que puedan llegar al Parlamento los dirigentes sociales, los dirigentes sindicales u otros miembros de la ciudadanía que no pertenezcan a la casta política, entonces los jóvenes saldrán a protestar. Si el acceso a la salud, a la vivienda, a la seguridad social está restringido a los privilegiados y no hay ningún canal que permita las reformas que estos sistemas requieren para ser eficazmente instrumentos de bienestar, entonces, los jóvenes saldrán a protestar.
Las políticas del Estado chileno no hacen sino provocar violencia, engendrar violencia y legitimar la violencia. Respecto a los hechos observados en la última celebración del día del joven combatiente, no cabe aquí la discusión acerca de si son o no legítimos los hechos de violencia observados. Esa es una discusión que sirve ya sea a quienes quieren, a través de esos hechos, justificar una propuesta de acción política o legitimar el llamado tan cliché y repetido a la “mano dura Pinochet”. La violencia en esos días emblemáticos no es legítima ni ilegítima, es simplemente la consecuencia de violencias engendradas desde el Estado, la clase política y el empresariado. Causa-consecuencia, el que siembra vientos cosecha tempestades, el que a hierro mata a hierro muere. Si el país le ofreciera alternativas a estos jóvenes para canalizar sus ambiciones, proyectos o necesidades y, en esas circunstancias, optaran por la violencia, entonces pongamos a discutir sobre la legitimidad o ilegitimidad de la violencia expresada. En las actuales circunstancias, no es sino una respuesta natural y esperable ante la enorme violencia que se ejerce hoy en Chile sobre los jóvenes. Es por así decirlo, una consecuencia tan natural como la ley de gravedad. No es posible esperar otra cosa.
La verdadera respuesta, esa que rompe con el círculo de la violencia o lo va reduciendo hasta su mínima expresión, es la justicia y nada más que la justicia. Mientras ella no llegue, la violencia será por mucho tiempo el pan nuestro de cada día.
Marcel Claude
Economista