CláudioKatz
Economista, Profesor de la UBA, investigador del Conicet, miembro del EDI (Economistas de Izquierda)
La convocatoria a construir el socialismo del siglo XXI que formuló Chávez ha replanteado los debates sobre caminos, tiempos y alianzas para forjar una sociedad no capitalista. Esta discusión reaparece cuando el grueso del progresismo se había acostumbrado a omitir cualquier referencia al socialismo. La recuperación de la credibilidad popular en este proyecto no es aún visible, pero la meta emancipatoria se debate nuevamente en las organizaciones populares que buscan un norte estratégico para la lucha de los oprimidos. ¿Cuál es el significado actual de un planteo socialista?
Cinco motivaciones
América Latina se ha convertido en un escenario privilegiado para esta reconsideración por varias razones. En primer lugar, la región es el principal foco de resistencia internacional al imperialismo y al neoliberalismo.
Varias sublevaciones populares condujeron en los últimos años a la caída de presidentes neoliberales (Bolivia, Ecuador y Argentina) y afianzaron una contundente presencia de los movimientos sociales.
En un cuadro de luchas -que incluye reveses o represión (Perú, Colombia) y también reflujo o decepción (Brasil, Uruguay)- nuevos contingentes se han sumado a la protesta popular. Estos sectores aportan un renovado basamento juvenil (Chile) y modalidades muy combativas de autoorganización (Comuna de Oaxaca en México). El socialismo ofrece un propósito estratégico para estas acciones y podría transformarse en un tema de renovada reflexión.
En segundo término, el socialismo comienza a lograr cierta presencia callejera en Venezuela. Esta difusión confirma una proximidad ideológica del proceso bolivariano con la izquierda que estuvo ausente en otras experiencias nacionalistas. En la época de la Unión Soviética, algunos mandatarios del Tercer Mundo adoptaban la identidad socialista con fines geopolíticos (contrarrestar las presiones norteamericanas) o económicos (obtener subvenciones del gigante ruso). Como este interés ha desaparecido, el rescate actual del proyecto tiene connotaciones más genuinas.
El resurgimiento del socialismo se comprueba también en Bolivia en los planteos de varios funcionarios y está presente en Cuba, al cabo de 45 años de embargos, sabotajes y agresiones imperialistas. Si el desmoronamiento que arrasó a la URSS y a Europa Oriental se hubiera extendido a la isla, nadie postularía actualmente un horizonte anticapitalista para América Latina. El impacto político de esa regresión hubiera sido devastador.
El socialismo constituye, en tercer lugar, una bandera retomada por la oposición de izquierda a los presidentes socio-liberales, que abandonaron cualquier alusión al tema para congraciarse con los capitalistas. Bachelet, Lula y Tabaré Vázquez desecharon todas las referencias al socialismo en sus discursos, renunciaron a introducir reformas sociales y se han ubicado en un terreno opuesto a las mayorías populares. Bachelet ni recuerda el nombre de su partido cuando preside la Concertación que recicla el modelo neoliberal. Lula se ha olvidado de su coqueteo juvenil con el socialismo para privilegiar a los banqueros y Tabaré repite este mismo patrón, cuando tantea los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. En los tres países el socialismo es un estandarte contra esta deserción, que reaparece en un marco regional muy distinto al predominante en los años 90.
La etapa de uniformidad derechista ha concluido y los personajes más emblemáticos del neoliberalismo extremo salieron de la escena. El militarismo golpista ha perdido viabilidad y a través
de la movilización se han conquistado grandes espacios democráticos Por eso los mandatarios conservadores coexisten con presidentes de centroizquierda y con gobiernos nacionalistas radicales.
En América Latina se insinúa, en cuarto lugar, un cambio de contexto económico que favorece el debate de alternativas populares. En varios sectores de las clases dominantes tiende a despuntar un giro neo-desarrollista en desmedro de la ortodoxia neoliberal, luego de un traumático período de concurrencia extra-regional, desnacionalización del aparato productivo y pérdida de competitividad internacional.
El viraje en curso es “neo” y no plenamente desarrollista porque preserva la restricción monetaria, el ajuste fiscal, la prioridad exportadora y la concentración del ingreso. Solo apunta a incrementar los subsidios estatales a la industria para revertir las consecuencias del libre-comercio extremo. La vulnerabilidad financiera de la región y la atadura a un patrón de crecimiento muy dependiente de los precios de las materias primas induce a ensayar este cambio. Pero este giro afecta a todos los dogmas económicos que dominaron en la década pasada y abre grietas para contraponer alternativas socialistas al modelo neo-desarrollista.
En América Latina se verifica, en quinto lugar, una generalizada tendencia a concebir programas nacionales en términos regionales. Esta actitud predomina también entre las organizaciones populares que perciben la necesidad de evaluar sus reivindicaciones a escala zonal. Este nuevo espíritu permite encarar el debate sobre el ALCA, el MERCOSUR y el ALBA con reformulaciones regionalistas del socialismo. Los tres proyectos de integración en danza incluyen propósitos estratégicos de relanzamiento del neoliberalismo (ALCA), regulación del capitalismo regional (MERCOSUR) y gestación de formas de cooperación solidaria compatibles con el socialismo (ALBA).
El contexto latinoamericano actual incita, por lo tanto, a retomar los programas anticapitalistas en varios terrenos. Pero estas orientaciones se plasman en estrategias diferentes. Una vía posible implicaría desenvolver la lucha popular, alentar reformas sociales y radicalizar las transformaciones propiciadas por los gobiernos nacionalistas. Este curso exigiría desenmascarar las duplicidades de los mandatarios de centroizquierda, cuestionar el proyecto neo-desarrollista y fomentar el ALBA como un eslabón hacia la integración regional pos-capitalista. Hemos expuesto algunos lineamientos de esta opción en un texto reciente .
Otro rumbo plantea una secuencia diferente. Auspicia preceder la construcción del socialismo por un largo un período capitalista previo. Promueve desarrollar esta fase con políticas proteccionistas, a fin de mejorar la capacidad competitiva de la zona. Por eso observa con simpatía el actual giro neo-desarrollista, alienta el MERCOSUR y avala la expansión de una clase empresaria regional. Convoca a forjar un frente entre los movimientos sociales y los gobiernos de centroizquierda (Bloque Regional de Poder Popular) e imagina al socialismo como un estadio posterior al nuevo de capitalismo regulado.
El problema del comienzo
En ningún aspecto del debate está en juego la instauración plena del socialismo. Solo se discute el debut de
este proyecto. Construir una sociedad de igualdad, justicia y bienestar sería una ardua y prolongada tarea histórica, que requeriría eliminar progresivamente las normas de la competencia, la explotación y el beneficio. No es una meta a realizar en poco tiempo.
Especialmente en las regiones periféricas como América Latina, este proceso presupondría la maduración
de ciertas premisas económicas que permitan mejorar cualitativamente el nivel de vida de la población. Estos logros se desarrollarían junto a la expansión de la propiedad pública y la consolidación de la auto-administración popular. Como esta evolución exigiría varias generaciones, el debate inmediato está únicamente referido a la posibilidad de iniciar este proceso.
Comenzar la erección del socialismo implicaría sustituir la preeminencia de un régimen sujeto a las reglas del beneficio por otro regulado por la satisfacción de las necesidades sociales. Desde el momento que un modelo económico y político -guiado por la voluntad mayoritaria de la población- asuma estas características, empezaría a regir una forma embrionaria de socialismo .
Este debut es la condición para cualquier avance posterior. Una sociedad post-capitalista no emergerá nunca, si el giro socialista no se concreta en algún momento del presente. Los opresivos mecanismos de la ganancia y la concurrencia deben quedar drásticamente neutralizados, para que una nueva forma de civilización humana comience a despuntar.
El punto de partida de esta transición socialista sería completamente opuesto a la gestación de un modelo neo-desarrollista. Ambas perspectivas son radicalmente contrarias y no pueden conciliarse, ni desenvolverse en forma simultánea. La competencia por el beneficio impide la gestación paulatina de islotes colectivistas al interior del capitalismo, ya que la concurrencia distorsiona a mediano plazo todas las modalidades cooperativas de estos emprendimientos. Los dos proyectos de sociedad tampoco podrían convivir pacíficamente entre sí, hasta que uno demostrara mayor eficiencia y aprobación general. Solo erradicando el capitalismo podrán abrirse las puertas hacia una emancipación social. La gran pregunta es si en América Latina puede comenzar a desenvolver este cambio.
¿Etapa o proceso?
La tesis pro-desarrollista responde negativamente al interrogante clave del período actual. Estima que en la región “no existen condiciones para una sociedad socialista”. Pero no aclara si estas insuficiencias se verifican en el plano económico, tecnológico, cultural o educativo. ¿Qué le falta exactamente a la zona para inaugurar una transformación anticapitalista?
América Latina ocupa un lugar periférico en la estructura global del capitalismo, pero cuenta con sólidos recursos para comenzar un proceso socialista. Estos cimientos son comprobables en distintos terrenos: tierras fértiles, yacimientos minerales, cuencas hídricas, riquezas energéticas, basamentos industriales. El gran problema de la zona es el desaprovechamiento de estas potencialidades.
Las formas retrógradas de acumulación que impuso la inserción dependiente en el mercado mundial han deformado históricamente el desarrollo regional. No hay carencia de ahorro local, sino exceso de transferencias hacia las economías centrales. El retraso agrario, la baja productividad industrial, la estrechez del poder adquisitivo han sido efectos de esta depredación imperialista. El principal drama latinoamericano no es la pobreza, sino la escandalosa desigualdad social, que el capitalismo recrea en todos los países.
La hipótesis de la inmadurez económica está desmentida por la coyuntura actual, que ha creado un gran dilema en torno a quién se beneficiará del crecimiento en curso. Los neo-desarrollistas buscan canalizar esta mejora a favor de los industriales y los neoliberales tratan de preservar las ventajas de los bancos. En oposición a ambas opciones, los socialistas deberían propugnar una redistribución radical de la riqueza, que mejore inmediatamente el nivel de vida de los oprimidos y erradique la primacía de la rentabilidad. Los recursos están disponibles. Hay un amplio margen para instrumentar programas populares y no solo condiciones para implementar cursos capitalistas.
Es cierto que el marco objetivo que rodea a los distintos países es muy desigual. Las ventajas que acumulan las economías medianas no son compartidas por las naciones más pequeñas y empobrecidas. La situación de Venezuela difiere de Bolivia y Brasil no carga con las restricciones que agobian a Nicaragua. Pero ha perdido vigencia la evaluación de un cambio socialista en términos exclusivamente nacionales.
Si las clases dominantes conciben sus estrategias a nivel zonal, también cabe imaginar un proyecto popular a escala regional. Los opresores diagraman su horizonte en función de la tasa de beneficio y los socialistas podrían formular su opción en términos de cooperación y complementariedad económica. Este es el sentido de contraponer el ALBA con el ALCA o el MERCOSUR.
No existe ninguna limitación objetiva para desenvolver este curso igualitarista. Es un error suponer que la región deberá atravesar por las mismas etapas del desarrollo que recorrieron los países centrales. La historia siempre ha transitado por senderos inesperados, que mixturan diversas temporalidades. América Latina se desenvolvió con un patrón discordante de crecimiento desigual y combinado, que tiende a determinar también los desenlaces socialistas.
¿Quién pagará los costos?
La tesis que propone preceder el socialismo por un modelo capitalista se asemeja a la “teoría de la revolución por etapas”. Esta concepción –que tuvo muchos adherentes en la izquierda- postulaba “erradicar los resabios feudales” de Latinoamérica antes de iniciar cualquier transformación socialista. Para lograr esta primera meta proponía recurrir al auxilio de las burguesías nacionales de cada país.
La nueva versión introduce un matiz regionalista en el mismo enfoque. No se limita a fomentar los grupos capitalistas nacionales, sino que convoca a forjar un empresariado zonal. El primer esquema no prosperó durante todo el siglo XX y existen grandes limitaciones para materializar su complemento zonal en la actualidad.
Una burguesía sudamericana sería efectivamente más fuerte que las balcanizadas fracciones que la pre-cedieron, pero enfrentaría también una competencia más ardua. En vez de rivalizar solo con las corporaciones norteamericanas, inglesas o francesas debería también lidiar con bloques imperialistas regionalizados y contrincantes financieros globalizados.
Quiénes apuestan a la revitalización del capitalismo latinoamericano suponen que en las próximas décadas
prevalecerá un contexto internacional multipolar. Sólo en este marco podrían florecer procesos de acumulación perdurables en las regiones periféricas. Este presupuesto considera, además, que América Latina será un protagonista ganador en ese escenario. ¿Pero quiénes serán entonces los perdedores? ¿Las grandes potencias imperialistas? ¿Otras zonas dependientes? Los estrategas del capitalismo regionalista eluden las respuestas. No auguran -como los neoliberales- una prosperidad generalizada, ni tampoco presagian un derrame de beneficios compartidos por todo el planeta. Simplemente avizoran grandes éxitos para el capitalismo latinoamericano en un marco global indefinido.
Este enfoque da por sentado que las clases dominantes sudamericanas abandonarán sus antecedentes centrífugo y trabajarán en común bajo la disciplina del MERCOSUR. De hecho, supone que se repetirá un curso semejante al seguido por la unificación europea, a pesar de la evidente disparidad que existe entre ambas regiones. La desnacionalización que predomina en la economía latinoamericana tampoco es vista como un gran obstáculo para la formación del empresariado regional. Ni siquiera la intensa asociación que mantiene cada grupo capitalista local con sus socios foráneos es percibida como un impedimento para el neo-desarrollismo regional.
En realidad, la concreción de este proyecto no es totalmente imposible, pero es altamente improbable. El capitalismo contemporáneo está suscitando ciertas sorpresas (China), pero el ascenso conjunto y exitoso de un bloque periférico latinoamericano es muy poco factible. Las especulaciones sobre esta posibilidad pueden ser infinitas, pero las víctimas y beneficiarios de este proceso están a la vista. Cualquier desenvolvimiento capitalista será costeado por las mayorías populares porque los banqueros e industriales exigirían ganancias superiores a la media internacional para embarcarse en esa iniciativa. Como los explotados u oprimidos cargarían con todas las pérdidas, los socialistas bregamos por un modelo anticapitalista.
En cualquiera de sus variantes el MERCOSUR neo-desarrollista sería un proyecto incompatible con reformas sociales significativas y con mejoras perdurables del nivel de vida de la población. Se sostendría en una concurrencia por el beneficio que implicaría atropellos contra los trabajadores. Estas agresiones podrían ser atemperadas durante cierto período, pero resurgirían con más brutalidad en la etapa subsiguiente. Ninguna regulación estatal permitiría contrarrestar indefinidamente las presiones ofensivas del capital.
Esta certeza debería conducir a todos los socialistas a preocuparse menos por la factibilidad de uno u otro modelo burgués y a prestar más atención a las oportunidades de un curso anticapitalista. Al posponer indefinidamente este rumbo, los teóricos favorables al MERCOSUR neo-desarrollista no ofrecen ningún indicio del socialismo. Presagian la erección de un empresariado regional, sin aportar ninguna sugerencia sobre el inicio del proyecto emancipatorio durante el siglo XXI.
El esquema pro-desarrollista es concebido con criterios gradualistas, etapas preestablecidas y estrictas conexiones entre la madurez de las fuerzas productivas y las transformaciones sociales. Por eso abre muchos espacios para hablar del capitalismo y deja poco lugar para sugerir algo concreto sobre el socialismo.
La tesis del enemigo principal
El auspicio de un modelo neo-desarrollista se traduce en el sostén al eje político centroizquierdista que en Sudamérica lideran Lula y Kirchner. Sus promotores estiman que estos gobiernos representan al industrialismo contra la especulación financiera y al progresismo contra la derecha oligárquica. Observan el proyecto socialista como una etapa ulterior a la derrota de la reacción y conciben a esta victoria como una condición insoslayable del socialismo del siglo XXI.
¿Pero es tan contundente la división entre neo-desarrollistas y neoliberales? ¿No existen innumerables vínculos entre los industriales y los financistas? Las conexiones entre ambos sectores han sido muy estudiadas y sorprende su omisión, a la hora de apostar a un choque entre los dos grupos. La amalgama es tan fuerte, que un líder natural del pelotón neo-desarrollista como Lula ha mostrado –hasta ahora- mayor afinidad con el capital financiero, que con los sectores industriales.
Pero incluso aceptando un escenario de fuerte oposición entre ambas fracciones capitalistas cabe otra pregunta: ¿En qué medida el apoyo a los neo-desarrollistas aproximaría a los oprimidos a su meta socialista? Se podría argumentar que el modelo industrialista creará empleo, mejorará los salarios y fortalecerá la lucha de los trabajadores por su propio proyecto. Pero si el capitalismo fuera capaz de asegurar estos resultados, la batalla por el socialismo no tendría mucho sentido. Bajo el régimen actual, las ganancias de los poderosos nunca se difunden hacia el conjunto de la sociedad. Solo generan más competencia por la explotación y tormentosas crisis, que se descargan sobre los oprimidos.
Otra justificación del sostén neo-desarrollista podría destacar los efectos positivos de este curso sobre la correlación de fuerzas que opone a los trabajadores con los capitalistas. Pero si los explotados apuntalan un proyecto que no les pertenece pierden capacidad de acción. Jamás podrían mejorar sus posiciones trabajando a favor del sistema que los oprime. Por ese camino conspiran contra sus propios intereses.
La carencia de agenda propia es el principal obstáculo que afrontan los oprimidos para luchar por el socialismo. La política pro-desarrollista acentúa esta falta de autonomía, al subordinar las reivindicaciones de los asalariados a las necesidades de los capitalistas. En lugar de aumentar la confianza de las masas en su propia acción, esta orientación refuerza las expectativas en el paternalismo burgués.
Algunos teóricos igualmente afirman que el sostén al neo-desarrollismo será transitorio. ¿Pero qué lapso se le concede a ese período? ¿Varios años o varias décadas? Un modelo industrialista no madura en poco tiempo. Para lograr cierto desenvolvimiento necesita transitar por una larga etapa de acumulación a costa de los explotados. Durante esa fase el modelo solo se estabilizaría si los capitalistas avizoran un horizonte de ganancias que los induzca a invertir. Y esta predisposición -en el contexto competitivo internacional- exigiría un grado de disciplina laboral incompatible con cualquier perspectiva anticapitalista.
El socialismo solo avanzará por el camino opuesto de acciones reivindicativas y conquistas sociales que tiendan a desbordar el marco capitalista. Y esta batalla solo será exitosa si los oprimidos asimilan ideas revolucionarias a partir de una crítica radical al sistema actual. Los elogios a la opción neo-desarrollistas van a contramano de esta maduración política.
El sentido de las alianzas
Quiénes observan el futuro económico regional en función del choque entre neo-desarrollistas y neoliberales tienden a considerar que las únicas alternativas políticas posibles se limitan a la centroizquierda y la centroderecha . Pero del seguimiento de este conflicto no surge ninguna pista para el socialismo del siglo XXI. En un tablero dominado por la disputa entre Lula, Kirchner o Tabaré con sus contendientes derechistas, no hay resquicio para imaginar qué sendero podría recorrer un proceso anticapitalista. Este bloqueo es aún mayor, si ubica a Chávez y a Morales dentro del mismo bloque centroizquierdista y se le asigna a la izquierda el silencioso rol de acompañar a esta alianza.
Esta estrategia presupone que las organizaciones populares y los gobiernos de centroizquierda tienden a converger naturalmente, como si los intereses de las clases dominantes y los movimientos sociales fueran espontáneamente coincidentes. Este empalme exigirá en realidad un arduo trabajo de ablandamiento previo de todas las reivindicaciones mayoritarias.
Los frentes destinados a sostener modelos capitalistas presentan otro problema: tienden invariablemente a girar hacia la derecha. Sus promotores siempre registran la aparición de algún nuevo enemigo oligárquico,
cuya derrota requiere mayores concesiones al establishment. Este corrimiento también obliga a revestir de virtudes progresistas a muchos sectores que anteriormente eran identificados con la reacción. Las propuestas de aproximar nuevos aliados al MERCOSUR para reforzar la batalla contra el ALCA es un ejemplo típico de esta política. A veces incluso el “subimperialismo español” es visto como candidato a participar de esta coalición . Por este camino pierden relevancia todos los cuestionamientos al saqueo que realiza Repsol y se entierran en pocos segundos las denuncias acumuladas durante años.
La estrategia de alianzas crecientes contra la oligarquía conduce a preservar el status quo. Sobre estos pilares no puede erigirse ningún Bloque de Poder Regional que contribuya al socialismo. El social-liberalismo y la centroizquierda no sólo impiden este avance, sino que también obstruyen las tendencias antiimperialistas y las reformas sociales que promueven los gobiernos nacionalistas radicales. Un gran objetivo de los conservadores del MERCOSUR es justamente diluir el ALBA.
Postular que el socialismo puede ser iniciado en un período contemporáneo conduce a defender sin ocultamientos la identidad socialista. Favorecer en cambio una etapa neo-desarrollista induce al titubeo en la lucha contra el capitalismo. Para transitar por un camino en común con los industriales y los financistas hay colocar todas las intenciones socialistas en un disimulado segundo plano.
La ausencia de proyectos socialistas en la izquierda es mucho más nociva que cualquier desacierto en los diagnósticos del capitalismo contemporáneo. Por eso resulta indispensable retomar el uso del término socialismo, sin prevenciones, ni sustituciones.