31 de marzo de 2008

2 y 3 de abril de 1957 El pueblo, ese gigante dormido

La Batalla de Santiago, nombre con que fueron bautizadas las protestas de los días 2 y 3 de abril de 1957, que terminaron con enfrentamientos con la policía que lo que dejó aproximadamente una veintena de muertos. El país venia sufriendo una fuerte crisis desde aproximadamente el año 1952 año en que fue electo el ex dictador Carlos Ibáñez del Campo, apoyado por Una heterogénea coalición política, en que participaban desde “marxistas” hasta fascistas. Lo que detonó la crisis fue el alza de los pasajes de locomoción colectiva. Ante esta situación, las principales organizaciones sindicales, encabezadas por la Central Única de Trabajadores, convocan para una gran movilización nacional los días 2 y 3 de abril de ese año. Un poco antes, en Valparaíso, se produjo una marcha que terminó en enfrentamientos con Carabineros, acciones que se repitieron los días posteriores. Los hechos de los días 2 y 3 de abril de ese año constituyen una de las aproximadamente 55 masacres realizadas durante el siglo XX en nuestro país, 19 de ellas realizadas por el ejercito de Chile, esto sin contar la dictadura de Pinochet. Este es uno mas de tantos ejemplos que nos demuestran que, no debemos confiar en los gobiernos que mas allá de su retórica, o hacen mas que representar los intereses de los poderosos y que es mas necesario que nunca la unidad de los trabajadores, estudiantes y pobladores en contra de los sectores políticos que representan los intereses del empresariado tanto nacional como de las grandes transnacionales. Este documento rescatado de los archivos de Punto Final, es un testimonio que al acercarse un aniversario más de esta jornada he querido compartir, para que no perdamos la memoria histórica de las luchas de nuestro pueblo.
Fuente Revista Punto Final N° 517, Abril 2002
Mientras todavía quedaba algo del verano, en la mañana del 2 de abril de 1957 en las calles de Santiago se acumulaba una tormenta. Desde hacía más de una semana se realizaban manifestaciones contra el alza de la locomoción y el aumento de los precios de los alimentos y el vestuario. La noche anterior, en pleno centro, Carabineros había disparado contra un grupo de estudiantes, hiriendo de muerte a la joven Alicia Ramírez, militante de las Juventudes Comunistas, alumna de la Escuela de Enfermería de la Universidad de Chile. El local de la Fech, situado en la Alameda frente a la Biblioteca Nacional, bullía de estudiantes. Había paro universitario y las manifestaciones de protesta comenzaban. Poco a poco se incrementaron con estudiantes secundarios y trabajadores. Carabineros intervenía disolviendo a los grupos que se volvían a articular más allá. Las protestas se hicieron violentas después del mediodía.
El presidende de la CUT, Clotario Blest, acompañado de otros dirigentes como Luis Figueroa (que más adelante lo reemplazaría en ese cargo), se entrevistan con el presidente Carlos Ibañez en la Moneda.
La represión policial comenzó a ser respondida con piedras. Carabineros arreció los golpes y luego abrió fuego con sus armas. Cerca de las tres de la tarde, el centro de Santiago era tierra de nadie. Estudiantes y militantes de Izquierda trataban de ordenar las manifestaciones. Carabineros de refuerzo llegaban desde las comisarías suburbanas armados con fusiles. Los apedreamientos continua ban. Con las vitrinas rotas comenzaron los saqueos. Toda conducción de las manifestaciones había sido sobrepasada y surgían líderes espontáneos. Las fuerzas policiales comenzaron a retirarse. Un grupo de carabineros quedó aislado en la Alameda.
Varios uniformados heridos fueron rescatados en medio de una balacera. El centro fue quedando sin policías, mientras desde los barrios periféricos llegaban grupos de pobladores. Algunas tiendas y armerías fueron saqueadas -la Joyería Praga y unos locales de Almacenes París-. Grupos que destruían faroles y golpeaban los postes metálicos con piedras, produciendo un ruido ensordecedor, marcharon por Ahumada y atacaron el edificio de El Mercurio, los tribunales y el Congreso Nacional. Un grupo pequeño marchó sobre La Moneda. Un testigo que ahora tiene 74 años recuerda: "Yo trabajaba en una ferretería en la Alameda. Las manifestaciones contra las alzas y protestando por la muerte de una niña (Alicia Ramírez) comenzaron en la mañana. Como a las doce los patrones nos enviaron a la casa. Salí a la calle, sentí disparos y con un grupo corrí hasta la calle Nueva York. Allí nos refugiamos en unas oficinas de corredores de propiedades. Las balas rebotaban en la pared. Cuando terminó el baleo salimos. La gente empezaba a volcar micros. Caminé por Puente hacia el Mercado Central donde había un gentío que trataba de romper las rejas. Me fui a pie hasta la calle Baquedano donde vivía. Al otro día no fui a trabajar, creo que el centro estaba cerrado. En la noche se oyeron muchos disparos". En las calles se veían fogatas, restos de garitas del tránsito, de ampolletas y muchos vidrios quebrados. Al final de la tarde aparecieron algunos tanques: el ejército tomaba el control de la ciudad. La policía había sido desbordada. Un silencio extraño acompañó después la llegada de la noche. En los diarios de Izquierda -El Siglo, Ultima Hora y Mundo Libre- había una actividad frenética. Noticias y rumores llegaban de todas partes. Lo claro es que había una masacre y no se podía anticipar lo que ocurriría. Lo más probable era que el gobierno clausurara los diarios populares para impedir la difusión de la verdad. De turno en El Siglo, el periodista Elmo Catalán Avilés recordaría más tarde: "La ciudad estaba a oscuras, sólo el rítmico teclear de las linotipias rasgaba la trágica monotonía. Un camión del ejército, repleto de militares armados con fusiles ametralladoras, cascos de acero y pantalón dentro de la bota se había detenido sigiloso en la calle Santa Victoria a 50 metros de la imprenta". Se preparaba el asalto a Horizonte para impedir la circulación de los diarios y revistas de Izquierda (ver recuadro). Esa noche, el jefe de plaza, general Horacio Gamboa Núñez, se dirigió por cadena nacional al país. El gobierno, dijo, había ganado "la batalla de Santiago". Era un verdadero parte de guerra: el enemigo había sufrido 17 muertos y 500 heridos. El orden se mantendría "a cualquier costo". Al día siguiente la cifra de muertos subió a 21. El Siglo informó que las víctimas eran a lo menos 76 y habían sido sepultadas en terrenos que muchos años antes fueron ocupados con víctimas de una epidemia de cólera. Los días siguientes al 2 de abril las calles vecinas al Cementerio General estuvieron patrulladas por soldados y policías. Los destrozos y otros daños materiales fueron estimados en cerca de mil millones de pesos. En Valparaíso, Concepción y otras ciudades también hubo manifestaciones. Sin embargo, tuvieron otro carácter y no escaparon al control de los organizadores. En el puerto murió un trabajador. El 2 de abril hubo paralización completa en Valparaíso y Viña del Mar y grandes manifestaciones, así también en Concepción.
UN ESTALLIDO ANUNCIADO
Aunque sorprendieron los sucesos del 2 y 3 de abril del 57, eran esperables. Se produjeron en el quinto año del gobierno del presidente Carlos Ibáñez del Campo que había alcanzado la presidencia con una abrumadora mayoría que confiaba en el antiguo caudillo militar al que llamaban "el general de la esperanza". Pero su gobierno resultó un fiasco. Pronto agotó los recursos del populismo y se orientó hacia la derecha. Probó distintas fórmulas incluyendo la conspiración con grupos militares (la llamada "Línea Recta"). En marzo de 1957 Ibáñez había sufrido una derrota en las elecciones parlamentarias y tuvo que resignarse a negociar con la derecha. La situación económica se deterioraba cada día. La inflación bordeaba el 80% anual. Para enfrentar la crisis económica, con apoyo de la derecha, Ibáñez recurrió a asesores norteamericanos -la Misión Klein Saks-, que impuso la limitación de salarios y una política de shock con disminución del gasto público y privatización de empresas estatales.
El primer paro nacional convocado por la CUT el 17 de mayo de 1954 fue solo parcial. Pero los siguientes alcanzarían enorme convocatoria. En la foto: Incidentes frente al local de la CUT en Alameda al lado de la iglesia San Francisco.
Contra esa política se alzaba un fuerte movimiento sindical. La Central Unica de Trabajadores (CUT) se había creado en 1953 y protagonizado tres paros nacionales, de los que el de 1955 no tenía precedentes. La importancia nacional de Clotario Blest Riffo como presidente de la CUT era enorme. Después del paro de 1955 fue invitado a La Moneda y, según se dijo, Ibáñez había ofrecido entregarle el gobierno a la CUT. Lo mismo había hecho secretamente un oficial de la Fach que encabezaba una conspiración. Y no se trataba sólo del movimiento obrero y de amplios sectores de empleados. También los partidos de Izquierda se encontraban en plena reconstrucción después de haber sido perseguidos durante el sexenio de Gabriel González Videla, autor de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, anticomunista y antiobrera.
A la defensiva, Ibáñez recurrió a la represión. Reabrió el campo de concentración de Pisagua y se apoyó en la derecha y los militares. A pesar de esas maniobras, nuevamente a fines de 1956 y comienzos de 1957 la lucha contra las alzas había detonado nuevas y crecientes movilizaciones.
ANTECEDENTE LEJANO
Hubo que rastrear la historia para encontrar precedentes del 2 y 3 de abril del 57. El episodio más significativo se había producido 52 años antes, cuando el gobierno de Germán Riesco elevó el impuesto a la carne argentina. Las sociedades mutualistas organizaron enormes manifestaciones contra el gravamen que hacía subir la carne. A comienzos de octubre de 1905 se produjo un verdadero levantamiento -llamado "el motín de la carne"- favorecido por la circunstancia de que las tropas del ejército estaban en maniobras fuera de Santiago. En diferentes barrios hubo protestas masivas y violentas. En la Alameda cientos de personas destruyeron estatuas y jardines e intentaron llegar a La Moneda. El gobierno debió llamar a las tropas que impusieron el orden a balazos. También se repartieron armas a los bomberos y mil rifles a jóvenes de la aristocracia que organizaron una "guardia blanca".
Pacificada la ciudad, se hicieron las cuentas trágicas. Según el diario El Ferrocarril, hubo 70 muertos, 300 heridos y 530 detenidos. Pero las cifras pueden haber sido considerablemente mayores, puesto que se impuso censura de prensa.
LO QUE VINO DESPUES
En abril del 57, aplastadas las protestas y los estallidos sociales que se dieron no sólo en el centro de Santiago sino también en barrios y poblaciones, el gobierno de Carlos Ibáñez aprovechó los "sucesos del 2 de abril" para justificar la represión mientras ganaba tiempo. Se aplicó el estado de sitio. Luego el Congreso, con mayoría derechista, otorgó al gobierno facultades extraordinarias que le permitían apresar a ciudadanos acusados de alterar el orden y reprimir cualquier actividad opositora de Izquierda. Aprovechó también para intentar descabezar la CUT. Aun cuando -como lo reconoció el propio Clotario Blest- "la CUT no dirigió directamente ninguno de estos sucesos", el gobierno de Ibáñez aplicó la Ley de Defensa de la Democracia a Blest y a los dirigentes Baudilio Casanova, socialista, y Juan Vargas Puebla, comunista, condenando a cada uno a tres años de relegación que en definitiva no cumplieron porque el gobierno les levantó la condena.
Pero el panorama político cambiaba con rapidez
. Pocos días después del 2 y 3 de abril, Ibáñez cambió al ministro del Interior. Se deshizo del coronel Benjamín Videla, que tenía ambiciones no disimuladas de convertirse en "presidenciable", y puso en su lugar a un civil -Jorge Aravena- que "devolvió" al Congreso las facultades extraordinarias y derogó el alza de la locomoción.
Comenzó a insinuarse un nuevo giro hacia posiciones populistas. Ibáñez no quería terminar su gobierno aliado con la derecha y veía con preocupación la posibilidad de una victoria de Jorge Alessandri Rodríguez.
En menos de un año, se produjeron profundas modificaciones. Los partidos de Izquierda, comunistas y socialistas, anudaron un entendimiento unitario en el Frente de Acción Popular (Frap) y se perfilaron como fuerza política de creciente importancia, mientras la CUT se consolidaba y abría paso a condiciones orgánicas superiores. En el campo económico, la política de los Klein-Saks tuvo que ser abandonada y el gobierno favoreció la materialización de medidas democratizadoras, como la cédula única electoral que permitió terminar con el cohecho y, sobre todo, la derogación de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia.
La campaña presidencial del 58 constituyó un fenómeno social inesperado. Salvador Allende, que en la campaña de 1952 había hecho apenas un saludo a la bandera de los principios de Izquierda, estuvo a punto esta vez de conquistar la presidencia de la República. Solamente una intensa campaña del terror y la votación del ex cura de Catapilco, Antonio Zamorano, candidato populista manipulado por la derecha para quitar votos a la Izquierda lo relegaron al segundo lugar separado por algo más de treinta mil votos de Alessandri.
SIGNIFICADO DEL 2 DE ABRIL
No pocos historiadores sencillamente ignoran el 2 y 3 de abril del 57 o no le asignan mayor importancia. Otros, en cambio, hablan de una situación semi insurreccional que excedió la capacidad del conducción de los partidos de Izquierda y también de las organizaciones sindicales y gremiales. Con todo, el 2 de abril fue una alerta. Un mensaje tal vez no bien comprendido entonces. Nuevos protagonistas pugnaban por aparecer en la escena social. Los sectores dominantes preferían reprimir la violencia que se ocultaba en la sociedad antes que atender a las verdaderas causas de los estallidos populares. Apareció un sujeto hasta entonces semiborrado de la sociedad: los sectores marginales, ausentes o negados de la consideración colectiva. Gabriel Salazar, describiendo el desarrollo de los sucesos del 2 de abril, ha escrito: "Paralelamente, la composición social de la masa callejera comenzó a cambiar. Numerosos grupos de pobladores empezaron a descolgarse de sus barriadas marginales y en 'pobladas' aparecieron por primera vez en medio siglo en el centro cívico, comercial y cultural de la capital de la República".
En los años venideros esos sectores adquirirían un rostro cada vez más definido y un neto protagonismo.
ROBERTO ORTIZ
El asalto de Horizonte
En la madrugada del 3 de abril de 1957, se produjo uno de los hechos más brutales de la represión policial y militar que el día anterior había dejado un elevado saldo de muertos y heridos: el asalto a la Imprenta Horizonte del Partido Comunista, que editaba los diarios Ultima Hora y El Siglo, la revista Vistazo y ocasionalmente semanarios como Ercilla, Entretelones y Golpe, junto con diversas publicaciones sindicales y gremiales.
La Policía Política de Investigaciones, acompañada por un contingente militar al mando del subteniente Pelayo Izurieta Caffarena, entró a la imprenta. Los agentes detuvieron al personal y lo entregaron a Izurieta el cual tenía orden del jefe de plaza, general Horacio Gamboa Núñez, de llevarlos a Investigaciones detenidos. Estos hechos darían origen a un proceso judicial que conmovió a la opinión pública.
Los abogados de la Imprenta Horizonte, Alejandro Pérez, René Frías Ojeda, Jorge Jiles y Sergio Insunza, fueron detenidos y amenazados con una relegación que a último minuto quedó sin efecto.
El periodista de El Siglo Elmo Catalán estaba de turno esa noche en Horizonte y fue también detenido. Cuando el diario reapareció el 30 de abril, Catalán contó detalles de lo sucedido. "Los jefes de la Policía Política dirigieron el asalto y saqueo la noche del sangriento 2 de abril", comenzaba su crónica. Poco antes, en dos ocasiones, se habían hecho presentes en Horizonte el senador Salvador Allende y el diputado Sergio Salinas. Llevaban, la primera vez, una declaración del Frente de Acción Popular (Frap), que decía escuetamente: "Nadie al trabajo, nadie a la calle". Allende explicó: "Queremos evitar que siga la masacre". La visita se repitió a las dos de la mañana, porque Catalán les advirtió que era posible que esa noche clausuraran el diario. Allende dejó su teléfono para cualquier emergencia. A las 2.15, el periodista Catalán recibía del corrector de pruebas, Raúl Zamorano, un reconfortante jarro de té caliente.
Quince minutos después se iniciaba el asalto. El grupo policial, luego de reducir al portero Hernán Echeverría de 51 años entró como una tromba y se distribuyó en lugares clave: la prensa, el fotograbado, las linotipias, destruyendo las máquinas.
Cuando el personal de Horizonte era sacado a la calle Lira, cuenta Catalán, "sentíamos como diabólica música de fondo el ruido de los fierros que caían quebrados, de los vidrios pulverizados y los muebles destrozados". A la prensa, más difícil de destruir, le introdujeron fierros y la pusieron en marcha, causándole un destrozo total.
Desde el día siguiente, el "caso Horizonte" fue tema de primera importancia política. Protestaron todos los sectores, incluso de derecha, las organizaciones de periodistas y la prensa nacional y del exterior, incluyendo entidades como la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
Los trabajadores de Horizonte, fueron casi todos relegados a apartados lugares del norte y el sur. Ellos hicieron declaraciones precisando que habían reconocido entre los asaltantes al comisario Juan Ruiz y a Julio Faure, corpulento inspector de la Policía Política.
Elmo Catalán recuerda en su crónica: "El inspector Faure empezó a romper vidrios. Un grupo de policías se puso a descargar con furia sus garrotes de fierro sobre las máquinas. Mirábamos con impotencia el crimen que cometían los representantes del orden. Cada golpe de metal era una herida para nosotros".
Hubo otro personaje a la vista: el jefe de la Policía Política, Raúl del Campo. Catalán lo recuerda obeso, acesante, subiendo al segundo piso, con elegante traje claro y rugiendo: "¡Bajen a estos desgraciados!"
A los trabajadores de la imprenta no les dejaron retirar sus pertenencias ni la ropa que se habían cambiado al entrar al turno. Todo les fue robado. Cuando llegaron a Investigaciones, iban con ropa de trabajo y las manos en alto. Un detective comentó: "Parecen corderitos, a estos desgraciados deberían haberlos baleado".
En la destrucción de Horizonte no escapó la redacción de la revista Vistazo, que tenía allí sus oficinas. Cuando los periodistas llegaron la mañana siguiente, se encontraron con la desolación más completa. Había desaparecido el material de trabajo, máquinas y archivos. Todo era destrucción.
Fue mucho después cuando la Imprenta Horizonte logró adquirir una nueva prensa alemana, la que andando el tiempo sería también pasto de otro depredador: la dictadura militar.
EL FISCAL DE HIERRO
El corolario del asalto de Horizonte fue un proceso cuya sustanciación estuvo a cargo del fiscal militar Francisco Saavedra. Había llegado hacía poco de Valdivia con su esposa, que hacía clases de inglés en las Monjas Argentinas.
Cuando el gobierno y la jefatura militar se convencieron que el fiscal Saavedra no resultaba manejable, iniciaron una campaña de amedrentamiento en su contra. No sólo los periodistas golpeaban a su puerta pidiéndole noticias también aparecieron sujetos de dudosa catadura que seguían sus pasos y los de su esposa.
La Corte Marcial incluso le llamó la atención por su involuntario protagonismo, acogiendo la queja de un abogado que preguntó cómo era posible que un fiscal militar besara en la Corte a su madre y que la foto apareciera en la primera página de los diarios.
El fiscal no se arredró. Creía en la justicia y se atrevió hasta con altos jefes policiales o militares. Para sortear la vigilancia, algunas diligencias las hacía en taxis omitiendo el vehículo militar a su servicio.
Y así fue también cuando tuvo que hacer el operativo más importante: la inspección y allanamiento del domicilio de Carlos Estibil Mahuida, subcomisario de Investigaciones. El fiscal Saavedra recibió un dato, transmitido por el diputado radical Juan Luis Maurás: en la casa de Estibil se escondían dos máquinas de escribir de Horizonte. Y ahí estaban. Eran parte de los implementos robados durante la destrucción de la imprenta. La esposa de Estibil las había escondido bajo unas bolsas con ropa. Quedaba al descubierto, con una prueba contundente, la vinculación de Investigaciones con el asalto a Horizonte. Esa misma noche Estibil y su esposa quedaron detenidos e incomunicados. El proceso adquirió entonces un ritmo veloz.
La réplica del gobierno fue una orden de relegación contra los abogados de Horizonte. Fueron detenidos René Frías Ojeda, Sergio Insunza, Jorge Jiles y Alejandro Pérez el cual había colaborado estrechamente con el fiscal Saavedra en la pesquisa. Otros dos abogados que estaban también en la lista, Enrique Schepeller y Graciela Alvarez, lograron esquivar a la policía refugiándose en la Corte de Apelaciones. Allí hubo 45 abogados, según información de la prensa, dispuestos a impedir la detención "incluso a puñetes". El escándalo fue tan grande que el gobierno decidió anular la orden de relegación ese mismo día.
El epílogo fue la detención y procesamiento de los responsables del asalto a Horizonte, comenzando por el prefecto Raúl del Campo y el comisario Julio Faure. No estuvieron mucho tiempo en la cárcel, sin embargo, porque una amnistía del gobierno de Carlos Ibáñez los dejó en libertad meses después.
SERGIO VILLEGAS

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